La COP26 ha llegado a su fin sin que se hayan dado pasos realmente importantes para la lucha climática, y con un tema crucial del que apenas se ha hablado más allá de la publicación de una declaración de intenciones: los sistemas alimentarios.
Dado que los sistemas alimentarios representan actualmente un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, si se quieren cumplir los acuerdos a los que se llegaron en el Acuerdo de París los sistemas alimentarios deben ser uno de los puntos importantes a tener en cuenta. No solo eso, la alimentación y la producción de alimentos va más allá de la emisión de gases de efecto invernadero, afectan a muchas áreas diferentes: pérdida de biodiversidad, acceso a recursos, hambre y malnutrición, salud pública, etc. Por todo esto es importante que todos los impactos que producen los sistemas alimentarios sobre el medio ambiente se consideren en conjunto.
Como parte de los debates sobre agricultura que se llevaron a cabo durante la COP26, se ha acordado la necesidad de llevar a cabo una transición hacia sistemas alimentarios sostenibles y resilientes que puedan hacer frente a los impactos producidos por el cambio climático. Pero el enfoque que le han dado puede que sea el equivocado.
La medida propuesta más destacada es la mejora de las inversiones públicas dedicadas a la innovación en agricultura cuyo fin es desarrollar nuevas variedades de cultivos «resistentes al clima» y «soluciones de regeneración» para mejorar la calidad del suelo. Esto es un problema porque en vez de apostar por los alimentos de temporada, locales o de proximidad y la producción y consumo responsable, se tira por una solución tecnológica que en muchos casos no estará disponible para todos. Precisamente los países que menor acceso tienen a la tecnología son en los que el cambio climático ya se deja ver por medio de hambrunas y acceso desigual a alimentos de calidad, sequías… es decir, los que más lo necesitan y más afectados se van a ver.
Quizá los avances más importantes dentro de la alimentación que se ha hecho en la COP26 sean la declaración de “detener y revertir” la deforestación para 2030 (vinculada a la alimentación porque la expansión de la agricultura es una de las principales razones por las que se talan árboles) y el compromiso de más de 100 países para reducir un 30% las emisiones de metano en 2030. Aun así los sistemas alimentarios son nombrados muy por encima en los dos compromisos, así que no queda muy claro que estén realmente contemplados.
Una de las fuentes de metano (gas de efecto invernadero muy potente) es la ganadería. Según datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPPC) la ganadería puede suponer un 14,5 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). De ellas, unos dos tercios son producidas por los rumiantes (vacas, ovejas, cabras, búfalos, ciervos), principalmente debido al metano que se genera durante la fermentación que se produce en su estómago para poder digerir el alimento.
El problema es que el texto no incluye a Rusia y China, dos de los mayores emisores de metano, y que no aparecen soluciones concretas vinculantes, todo se queda en la buena voluntad de los firmantes.
Debemos entender que la lucha climática no es solo la reducción de emisiones, es también la conservación de la biodiversidad, el acceso justo a alimentos, agua, tierras… en definitiva a la protección de las personas y los entornos donde habitan. Porque al final son las personas de lo que se trata cuando hablamos de no sobrepasar los 1,5ºC, y ya no bastan textos que invitan, dan la bienvenida o animan a llevar a cabo medidas para problemas reales y urgentes. El planeta seguirá adelante con o sin nosotros, luchemos para que sea con nosotros.
Fotografía: Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.