Cuando pienso en aquel momento que un compañero se acercó y me dijo “tenemos que montar un grupo de consumo” sabía que tendría que cambiar cosas, pero no sabía en qué grado de profundidad lo haría.
Por si alguien no lo conoce, con grupo de consumo me refiero a un grupo de personas que nos pusimos de acuerdo para buscar agricultura ecológica y de cercanía para nuestro consumo de alimentos.
Esto sucedió hace ya 10 años. Tardamos unos meses en encontrar una agricultora con la que congeniamos y, bidireccionalmente, comenzamos una relación: asambleas, visitas a la huerta, intercambio de recetas, comentarios sobre si hay mucho de esto y poco de aquello, informes de los estado de la huerta y lo que podemos esperar, sustos, accidentes, eventos recaudatorios, encuentros festivos…
Y la familia creció: otra hortelana, cooperación con otras huertas, otros alimentos ecológicos, personas que se iban y eran sustituidas por otras o personas que volvían. Incluso bebés han ido naciendo.
Podría hablaros de los beneficios de salud, de que producimos menos emisiones al consumir local, del respeto y el cuidado a la naturaleza o el papel que las hortelanas hacen recuperando o manteniendo tradiciones agrícolas. Pero quiero hablar de otras reflexiones de cómo me ha afectado el dar ciertos pasos, poco a poco, en dirección a un consumo responsable con nuestro planeta. De cosas con las que no contaba y que paulatinamente se han ido metiendo en mi vida y moldeando mis costumbres. Y hasta parte de mi identidad.
Para que lo entendáis… son 10 años de todos los miércoles ocupados. ¿Qué haces el miércoles? Pues tengo grupo de consumo, no puedo ir al cine a esa hora. ¿Nos tomamos algo a la salida, pues? Vale. Pero ¿puede ser cerca del local? Que si no voy cargado con 5 kg de comida. Y así es. Tantos años después mi gente más cercana lo sabe y hace porque así sea. Los más afortunados hasta se llevan alguna cosita.
Y es curioso, porque una vez en el grupo, un compañero comentaba que al final, por mucho que un trabajo te llene plenamente, la obligatoriedad de cumplir con un horario fijo o responder a las órdenes de tu jefe siempre, puede hacer que te agote. Y hacía la comparativa con el grupo. Llevamos 473 pedidos. 473 miércoles con la “obligatoriedad” de tener que pasarse por allí o planificar para que tu cesta se la lleve alguien. Y a veces es cansino. Pero lo tenemos casi como un ritmo biológico más de nuestro cuerpo. Porque si no, ¿qué cómo? Pero al final, es una rutina más con la que me siento bien y me asegura tener comida siempre. No tengo que encontrar un hueco para ir a la compra. Ya lo tengo. No voy a engañar diciendo que no voy al súper. Claro que voy a veces. Pero al tener la nevera llena con los alimentos locales de temporada del miércoles, el ir al súper se ha convertido en “aprovechando que voy a pasar por delante…”. Y la verdad es que estoy cómodo así.
Y por supuesto, algo con lo que quizás no cuente la gente es la red que se genera. Estamos todas las personas del grupo contentas con nuestras verduras y queremos que se mantenga. Y hacemos que se mantenga. Hemos ido perdiendo locales donde hacer los repartos y unas veces unas, otras veces otras, nos hemos movilizado para buscar otro nuevo. Hemos priorizado también apoyar a espacios vecinales y eso nos ha permitido conocer más gente o más actividades. Ya son 10 años de salir adelante con las complicaciones que van surgiendo.
Y entre los integrantes del grupo también han surgido complicidades. Algunas personas se han hecho amigas y nos resolvemos problemas que podamos tener. En mi caso he acabado siento máster (el que dirige las partidas) de juegos de rol con, entre otras, la bebé que mencionaba al principio, que ya no es tan bebé y he encontrado en su compañero de cesta la idea y al codirector para hacer mi trabajo de fin de máster (de los que se estudian). Vamos, que se genera comunidad.
Pero lo gordo viene ahora: el problema de los nabos. Digo nabos por decir algo. Podría decir remolachas o quizás borrajas. Además, me hace gracia que esto se repita en muchos grupos. ¿Qué hago con esto? ¿Qué hago con TANTO de esto? Al final, no tenemos la costumbre de comer ciertas cosas. Yo en concreto lo he denominado el problema de los nabos, porque quizás fue lo más llamativo. Siempre hacía caldos con ellos. Caldos y más caldos. Hasta que de pronto descubrí esto: albóndigas de nabo ¡Boom! La cabeza me explotó. ¡Se pueden hacer albóndigas con nabo! Decidí darles una oportunidad porque quería variar y ¡boom! Otra vez. Me encantaron. Con lo poco que me gustan los nabos y me encantaron. Desde entonces las he hecho a menudo. Y otras recetas para estos alimentos ecológicos y cercanos que no solía comer. El caso es que he seguido aprendiendo a comer. Me ha encantado y me sigue encantando seguir enseñando a mi paladar. Y, encima, en comunidad, es más fácil ya que compartimos las recetas: tortilla de patatas y lombarda, crema de pepino con queso, migas vegetarianas, hamburguesas (o discos) de remolacha, revuelto de acelgas, etc. Un mundo de posibilidades que me hacen disfrutar de verduras que, a día de hoy, por sí solas no me gustan. Pero mi paladar las ha aceptado gratamente si las preparo de ciertas maneras.
A veces me siento como una persona que hubiera nacido hace un siglo cuando la comida era más cercana, el tipo de consumo no se basaba en ir una vez cada X tiempo al supermercado y hacer acopio para semanas o, lo procesado, era puntual. Sé que para muchas personas esto que os digo os parecerá poco accesible y que los tiempos son acelerados como para plantearse dedicarle tanto tiempo a los alimentos. Algunas personas hasta pensarán que soy un privilegiado y por eso puedo hacerlo. Y seguramente en algunos aspectos lo sea, pero también sé que esto es fruto también de una decisión que tomé y he llegado hasta aquí fruto de fuerza de voluntad. No es fácil renunciar a todos los miércoles o tener que planificarlos con antelación. Y tampoco es fácil abrir la nevera y tener que buscarme la manera de comerme alimentos frescos de temporada que, de primeras, no me han gustado. Pero lo he elegido y mi cuerpo, mi mente y mi rutina se han hecho a ello. Tengo amigas que me dicen que se me da muy bien improvisar en la cocina. Y con el tiempo les he dado la razón. Veo cómo me las apaño con los ingredientes que tengo versus los miles de recetas o programas de cocina que tienen de todo o que te recuerdan que en el super puedes encontrar de todo, y me doy cuenta de que mi mente se ha acostumbrado a cocinar con lo que hay. Porque un día decidí dar otro pasito hacia la sostenibilidad.
Y aquí estoy tan feliz escribiendo este artículo. A veces se me olvida lo que me ha aportado este grupo, pero ahora escribiendo, lo recuerdo. De hecho les he escrito para pedirles permiso para escribir sobre él, pero creo que lo he hecho más por compartir la alegría que me está suponiendo plasmar estas palabras por escrito.
Darío Montes
Fotografías: Grupo de consumo Olavideverde y Darío Montes.