Durante estas semanas no hemos parado de ver en las noticias la catastrófica situación en la que se encuentra el Mar Menor, con imágenes de peces muertos y playas cerradas.
Al mismo tiempo el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel se encuentra en grave peligro con menos de 60 hectáreas inundadas (el 3% de su capacidad), al igual que L’Abufera valenciana por la insuficiente calidad y cantidad de los aportes de agua y mientras en La Axarquía, provincia de Málaga, se ha dado la voz de alarma por escasez severa de agua.
El denominador común de todos estos eventos es claro: la actividad humana, y en concreto, la agricultura intensiva.
Las altas temperaturas junto con la falta de precipitaciones, consecuencia del cambio climático, hace que la salud de estos espacios muy dependientes del agua, se vea afectada negativamente y cada vez vaya a peor. Pero ese no es su único problema.
La agricultura intensiva y la conversión de cultivos de secano a cultivos de regadío pone a estas zonas al límite y las hace muy susceptibles a cambios y variaciones, que debido al cambio climático, serán cada vez más graves y comunes.
Vamos a ver cómo y por qué estos diferentes espacios se ven amenazados por la agroindustria.
¿Qué pasa en el Mar Menor?
Esta laguna salada ha pasado de ser un espacio de aguas cristalinas hogar de praderas sumergidas y caballitos de mar a una laguna degradada, en la que el oxígeno escasea y en la que la vida lucha por salir adelante. ¿Qué nos ha llevado a este punto? Episodios anóxicos (falta de oxígeno disuelto en el agua) como el que se está viviendo ahora y que ya se vivió en el 2016 y 2019, se producen por culpa de la llamada eutrofización, un proceso por el que se impide la llegada de luz al fondo de una masa acuática al darse un crecimiento descontrolado de algas y fitoplancton como consecuencia de un aporte excesivo de nutrientes inorgánicos, como son el nitrógeno o el fósforo. Al no llegar luz al fondo, las praderas sumergidas no pueden llevar a cabo la fotosíntesis, por lo que se deja de producir oxígeno y además mueren produciendo durante su descomposición (durante la cual se consume oxígeno) compuestos tóxicos. Al darse fuertes vientos, tormentas u otros fenómenos estos compuestos suben a la superficie, lo que junto con la falta de oxígeno, es la estocada final para la fauna.
El origen de estos nutrientes son, principalmente, las más de 60.000 hectáreas de regadío intensivo (de las que 8.400 hectáreas son consideradas ilegales por la Confederación Hidrográfica del Segura) pero también contribuye la ganadería intensiva porcina que se desarrolla en la zona.
El origen del problema que estamos viendo ahora, aunque parezca que no tiene nada que ver, es el trasvase Tajo-Segura. Los campos de Cartagena y alrededores siempre han sido suelos muy fértiles pero faltos de agua. Con el trasvase se abrían nuevas posibilidades para la agricultura de la zona y el campo sufrió una transformación: se sustituyeron los cultivos de secano por grandes explotaciones de regadío que destruyeron los bancales y terrazas –antiguas estructuras pensadas para retener el agua en una zona de gran escasez hídrica–, se convirtieron áreas forestales para el cultivo y se cambió la orografía del terreno cultivando a favor de la pendiente para favorecer la escorrentía y que el agua no pudriera las raíces de la planta.
Aunque el volumen de agua prometida nunca llegó, el regadío se extendía –según un análisis publicado por WWF y ANSE en 2018, La burbuja del regadío: el caso del Mar Menor, se determinó que el regadío se ha multiplicado por 10 entre 1977 y 2017– y se mantenía incluso en épocas de sequía, ¿de dónde salía el agua para que esto pudiera ser posible? La respuesta está bajo nuestros pies.
Se estima que, durante los años de sequía, hasta un 80% del agua para riego procedía de aguas subterráneas, siendo esto un problema al estar muchos de los acuíferos sobreexplotados. El Instituto Geológico y Minero de España (IGME) estima que se han consumido ya 13.000 hectómetros cúbicos de reservas de agua subterránea de los acuíferos de la Cuenca del Segura por sobreexplotación y que los pozos ilegales en esta cuenca pueden ser el doble de los registrados.
El problema de la sobreexplotación de acuíferos cercanos a zonas costeras, son las llamadas intrusiones marinas que salinizan las aguas subterráneas. Para que este agua se pueda utilizar para el riego de los campos es necesario mezclarla con otra que tenga menor contenido en sal o desalarla. La salmuera que se obtiene durante este proceso puede llegar a ser muy contaminante ya que concentra los nitratos procedentes del abonado de los campos, como ocurre en el Mar Menor.
Además hay que recordar que las aguas subterráneas están, teóricamente, protegidas en España desde la Ley de Aguas de 1985 (29/1985 de 2 de agosto), que las incluyó por primera vez en el dominio público, ley reforzada desde Europa al considerar las aguas subterráneas como las futuras reservas de abastecimiento de la población, ante los previstos más habituales y prolongados episodios de sequía que se darán en nuestro país.
Así llegamos al punto donde nos encontramos, con un cóctel formado por acuíferos sobreexplotados y contaminados por el abuso de abonos y químicos, vertidos descontrolados de salmuera y nutrientes, episodios de altas temperaturas y fuertes tormentas como la gota fría de 2019, que dan como resultado una sopa verde donde la supervivencia de especies en peligro como el caballito de mar o las nacras (una especie de mejillón gigante), pende de un hilo. Pero no solo se ve amenazada la biodiversidad de esta laguna salada, también están en peligro el turismo y la pesca, dos sectores importantes que pueden acabar con la economía de la zona y el medio de vida de muchas personas.
Existe una iniciativa ciudadana que busca conseguir 500.000 firmas en España en 9 meses (antes del 27/10/21) para que el Parlamento debata una propuesta de ley que dote de personalidad jurídica al Mar Menor, como si fuera una persona o una empresa, para que sus representantes legales puedan defender sus derechos en los tribunales. Puedes encontrar más información sobre esta iniciativa y dónde se encuentran los puntos de recogida de firmas aquí.
¿Qué pasa en las Tablas de Daimiel?
Como hemos visto antes, el Mar Menor no es la única catástrofe ambiental que está ocurriendo en nuestro país.
Con apenas 60 hectáreas inundadas, un 3% de la superficie del Parque Nacional que se puede inundar, este humedal se muere y el aumento de las temperaturas y la falta de precipitaciones son solo parte del problema.
El aumento de la producción de almendras o pistachos, los cuales necesitan grandes cantidades de agua, han dejado al humedal sin apenas reservas para poder afrontar los cada vez más secos y cálidos veranos manchegos.
Algunas voces piden un trasvase desde la cabecera del Tajo, pero si algo debemos aprender del Mar Menor es que esto no es siempre una buena solución, sobre todo si se tiene en cuenta que en España ninguna cuenca anda muy boyante. Aunque se produzca el bombeo de agua desde los pozos de emergencia, esto no deja de ser una cura temporal hasta que no se ataje el problema de raíz: el creciente cultivo de regadío en la zona.
Tan grave es la situación en las Tablas de Daimiel que se han cancelado las visitas turísticas ante la desoladora imagen que ofrece.
Las Tablas de Daimiel son uno de los últimos ejemplos de tablas fluviales en nuestro país (se forman al desbordarse los ríos en sus tramos medios, en este caso en la confluencia del río Guadiana y su afluente Cigüela) y en ellas se podía encontrar una gran variedad de aves migratorias que se alimentaban de peces y cangrejos de río, ahora prácticamente imposibles de encontrar en sus aguas. La pérdida de este enclave natural de gran valor sería un desastre para la biodiversidad de nuestro país.
En una situación similar se encuentra el Parque Natural de L’Albufera de València, donde tanto la calidad de las aguas como las hectáreas inundadas han descendido por culpa de una agricultura y ganadería intensiva descontrolada.
¿Qué pasa en La Axarquía?
La provincia de Málaga ha sufrido altas temperaturas estos pasados meses, esto acompañado por la falta de lluvias ha provocado que los recursos hídricos de la zona se vean muy reducidos. Pero como en los casos anteriores, la agricultura juega un importante papel en este problema de abastecimiento.
En La Axarquía se produce el cultivo de especies subtropicales, especialmente aguacate, ya que las temperaturas son perfectas para su desarrollo.
Hace 32 años en esta zona encontrábamos cultivos de secano, pero al ser menos rentables se produjo una transformación del campo a partir de 1989 gracias a la aprobación del Plan Guaro, que decretó la conversión a regadío de unas 8.900 hectáreas y propició el desarrollo de aguacates y mangos.
Esto ha llevado a La Axarquía a una situación de “escasez severa” de agua, lo que significa que no existen recursos hídricos suficientes para atender las demandas previstas en los planes hidrológicos. No hay agua ni en los ríos, ni en los pozos que abastecen a parte de las plantaciones ni en el embalse de La Viñuela, construido en 1986 con el fin de cubrir la demanda de agua necesaria para la conversión de la zona en una fuente de productos subtropicales. Pero aun así en los últimos años el cultivo de aguacate no hace otra cosa que crecer.
Sí no se llevan a cabo medidas, no solo se terminarán perdiendo los árboles de aguacates y demás frutos subtropicales por falta de agua, también se acelerará el proceso de desertificación detectado por la Junta de Andalucía en el mapa de riesgos de desertificación, dónde se califica la Axarquía como área con procesos de desertificación «muy activos».
Con todo esto puede parecer que la agricultura y ganadería es la gran culpable de algunos de los más importantes problemas ambientales que sufrimos en estos momentos en España, pero no hay que olvidar algo muy importante: no toda la ganadería y la agricultura son iguales. Cuando se producen estas catástrofes tendemos a buscar culpables y meter a todos dentro de un mismo saco, pero no podemos olvidar que la agroindustria no sólo amenaza a estos espacios naturales, sino también la reputación y modo de vida de muchos productores concienciados con la conservación de su entorno.
Como consumidores jugamos un papel importante. Sí utilizamos nuestro consumo como una forma de activismo ambiental, consumiendo alimentos producidos mediante técnicas que aportan valor al entorno o que hacen un menor uso de recursos, apoyamos a aquellos agricultores y ganaderos que se preocupan por mantener la tierra que los mantiene. Cogiendo como ejemplo el caso de La Axarquía, sí no fuera por la alta demanda de aguacate que se da en toda Europa no se habría producido un boom insostenible de este cultivo.
Sí no queremos tener pan para hoy y hambre para mañana debemos cuidar nuestros campos, exigir formas de producción sostenible y saber que nuestros hábitos alimentarios importan.
1 comentario